sábado, 2 de mayo de 2009

OPINION: Cuando los gestos también importan. Por el senador Patricio García


Tres episodios ocurridos en los últimos días, motivaron la inquietud de comprender que muchas veces los gestos valen más que mil palabras.
Bajo el imperio de ese apotegma, propongo establecer un hilo conductor, en tanto se trata de sucesos entrelazados por la historia reciente.
La muerte del ex presidente de la Nación, Dr. Raúl Alfonsín; la conmemoración de un nuevo aniversario de la recuperación de las Islas Malvinas; y el significado político de la pascua cristiana en el colectivo argentino.
Haré referencia, en primer término, a lo que significó y aún significa, la gesta de Malvinas. El valor de aquellos jóvenes no alcanzó para el triunfo en un campo de batalla hostil. Los chicos de la guerra fueron empujados a una lucha sin sentido y todavía, como sociedad, estamos en deuda con ellos. Porque nunca nada será suficiente para reconocerles su arrojo.
Sin embargo, aquel doloroso revés permitió que la dictadura militar que usufructuó de un sentimiento nacional genuino, culminara el proyecto más cruel e infame de nuestra historia contemporánea. Se inició, entonces, un nuevo tiempo. Sin proscripciones. Esas que tanto padeció el pueblo peronista durante largos años.
Al segundo episodio, lo elejo arbitrariamente y no por cronología. El fin de semana pasado se celebró la Pascua.
Vinieron a mí recuerdos de 1986, cuando un presidente democrático, desde el balcón de la Casa Rosada, se dirigió a una multitud que lo aguardaba expectante con el recordado «La casa está en orden, felices Pascuas». Más allá de lo que significaron esas siete palabras en el devenir histórico -no es mi intención anclar allí en este artículo-, Raúl Alfonsín había logrado superar un levantamiento militar. Con el apoyo incondicional, desinteresado, del peronismo. Despojado de cálculos políticos y sus costos.
No hace falta bucear en ajados archivos para encontrar la imagen del Presidente de la República, flanqueado por los máximos referentes de la oposición. Dirigentes alineados a un movimiento político renovador que soportó desde su mismo nacimiento, la dureza de afrontar en soledad la fuerza de las armas contra la democracia. A pesar de contar con el apoyo del pueblo.
Dejo para el final, la muerte del ex presidente Alfonsín y su legado democrático. Esa herencia de la que el Peronismo es también artífice protagónico. Un partido movimientista que desde el regreso de su líder, víctima de un interminable y penoso exilio, dio acabadas muestras de cultivar valores de tolerancia.
Nadie mejor que Antonio Cafiero, entonces, para sintetizar el pensamiento justicialista ante un político reivindicado, justamente, por la sociedad argentina: «Disculpen, pero Alfonsín ya no es propiedad de los radicales. Alfonsín es de todos».
Los tres sucesos que me permití abordar, tienen como significante el valor de los gestos. Esos gestos que también construyen democracia. El valor de no proscribir, a pesar de haber padecido las proscripciones. La valentía de defender la democracia, tras sentir en carne propia el fuego de la intolerancia.
Por último, el respeto y reconocimiento a lo que fue un demócrata. Aquél que enfrentamos en las urnas y en las plazas. La despedida no podía ser otra que la del adversario hacia a un amigo, parafraseando a Ricardo Balbín, ante los restos de Juan Domingo Perón.
No menos que esa demostración de recogimiento y sincero pesar, podía esperarse de un partido como el peronista. Que convivió con graffitis en paredones cobardes, allá por 1952, cuando también carcomida por una voraz enfermedad, moría Evita. Tal vez, la más grande dirigente que haya aportado la política mundial del siglo pasado.
Son gestos, que valen por mil palabras.
Son gestos, que tambien importan.

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