lunes, 6 de abril de 2009

OPINION: El gran triunfo de Alfonsín


Por el prof. Guillermo Tamarit*

Muchos de quienes fuimos jóvenes en la década del 80, orgullosos, lloramos y despedimos al líder más influyente en la formación de nuestros valores y compromiso político.
No solo fuimos militantes entusiastas sino que nos sentimos parte, protagonistas de su proyecto político.
Tuve el enorme privilegio de compartir algunas reuniones con él, en mi carácter de dirigente de estudiantil. Fueron momentos inolvidables para un grupo de jóvenes dirigentes del movimiento universitario, que nos recibiera el Presidente de La Nación , para escuchar nuestras posiciones con relación a distintas cuestiones de la vida nacional.
En casi todos los casos, luego de planteos duros y encendidos propios de nuestra juventud, resultábamos muchas veces “persuadidos” por sus argumentos y por una personalidad bonachona, que intercalaba apasionadas defensas de sus iniciativas con una dimensión humana que nos hacia sentir especiales cuando nos preguntaba por familiares, por nuestros pueblos o por amigos, haciéndonos sentir parte de su intimidad.
Y en otras oportunidades, cuando sus argumentos no nos resultaban convincentes, lo hacían la honestidad que sentíamos en cada uno de sus propósitos, esa convicción de que cada decisión estaba motivada por el bien de los argentinos.
Sus convicciones y su dimensión política eran tan abrumadoras para nosotros como su cordialidad, su sencillez y la buena fe que nos transmitía en cada una de sus decisiones.
Recibió una nación desvastada moralmente y quebrada desde el punto de vista económico; sin embargo, la nostalgia de aquel país que pudo ser y no fue, no puede ocultar el gran triunfo de Raúl Alfonsín, no el electoral, sino ese cambio colosal en la cultura política de la Argentina.
Hoy ya no nos sorprende, que la mayoría de los intelectuales y militantes que en los años 70 reivindicaban la lucha armada, hablen en defensa de la democracia y de los derechos humanos, reivindicaciones que consideraban frívolas propuestas liberales por aquellos años; o que políticos conservadores reconozcan que el juicio a las juntas militares por el genocidio cometido en nuestro país es la base de justicia y de ética común, sin la cual no sería posible la reconstrucción de la democracia.
En el caso particular de las Universidades Públicas, la restitución de la autonomía universitaria y la reorganización de las mismas a partir de los postulados de la reforma universitaria de 1918, marcan un hito determinante en la educación superior de nuestro país y es la plataforma sobre la cual todos elaboramos nuestras ideas de hacia donde debe ir la educación superior.
Fue el triunfo de esa prédica permanente, de la defensa de la paz, el diálogo, de buscar los denominadores comunes que constituyen la fortaleza de una nación, y la defensa la razón como base para la construcción de un nuevo humanismo.
Esa vocación por la construcción de una ciudadanía democrática, en la que no era contradictorio promover el debate y el consenso en la convicción de que no es la razón la que construye verdad, pero el debate racional la encuentra, la descubre.
En definitiva sus postulados republicanos, de plena vigencia de los derechos humanos, la justicia social y la unidad de latinoamericana, ya son comunes a todos los argentinos.
Nos queda su ejemplo y continuar su lucha. En medio de la tristeza, el orgullo de haber compartido su tiempo y la obligación moral de tomar sus banderas y continuar la construcción el país que nos merecemos.
Gracias señor Presidente, porque con su testimonio de vida sentimos que podemos ser mejores personas.

* Rector de la Universidad Nacional del Nororeste de la Provincia de Buenos Aires

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